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miércoles, 31 de octubre de 2012

Tala, de Thomas Bernhard

Monólogo interior del invitado a una cena de ricos a los que les gusta frecuentar la sociedad de artistas en Viena. La cena es posterior al entierro de una actriz que frecuentó esos círculos. El monologuista no deja títere con cabeza, poniendo a todos a caer de un burro: a los dueños de la casa los tacha de borracho (él) y de cursi (ella); a un actor del Burgtheater lo tacha de patán e inepto, a una directora de revista y escritora de quiero y no puedo, que ha derivado a un arte burgués y ampuloso; al resto los tacha de jóvenes y frívolos. Y todo le repugna, todo le parece pestilente y vacío. Y no digo yo que no tenga razón, pero no me gustaría tener en casa aun fulano que se pasa toda la velada sentado en un sillón de orejas y musitando para sí mismo.

De todas formas, me gustó; es entretenido, pero realmente uno termina preguntándose si Bernhard está siendo justo con la sociedad que le rodea.

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