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lunes, 2 de enero de 2012

Don Juan, de Gonzalo Torrente Ballester

 Entre la primera y la segunda vez que leí esta novela debieron pasar veinte o veinticinco años. Siempre me había dejado buen recuerdo, e incluso la escena de la tremenda desilusión de Don Juan al descubrir la soledad tras las promesas de unidad y fusión que el amor ofrecía se había grabado en mi mente.

Compré el libro para regalárselo a un amigo, pero me asaltó la duda de si el libro era realmente tan bueno como lo recordaba. Por eso lo releí, y descubrí que el libro era bastante malo, con preocupaciones argumentales inexplicables ahora, con cuarenta años de libertad sexual, y en donde afortunadamente, no se sacraliza el irse a la cama ni se le disfraza de grandes razones.

Aunque Torrente reinterpreta el mito de Don Juan, no terminé de entrar en el libro. Leí un poco por leer y por el prurito de volver a terminarlo. Eso sí, la escena de la soledad de Don Juan me volvió a parecer magnífica.

En París, un escritor encuentra a un personaje que asegura ser el escudero de Don Juan. A través del interés que el escritor tiene por una mujer que ha sido objeto de las atenciones de Don Juan, el escudero (Leporello) consigue que el escritor sea espejo del efecto religioso que Don Juan ofrece en las mujeres.

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