«Todo libro es en cierto modo un exorcismo, una manera de soltar lastre, un intento de dejar atrás una pegajosa fantasía o una insistente pesadilla.
De todos modos, sería ingenuo por nuestra parte pensar que somos capaces de tomar la distancia suficiente de nosotros mismos como para poder conocer la fuente última de la que emergen esos fantasmas que tanto nos atraen o que quizás nos aterran, pero siempre resulta factible aproximarnos a ellos con papel y tinta, de modo que podamos observarlos con más detenimiento, analizar su supuesta sustancia y encontrar los ángulos ciegos y accesos secretos desde los que contemplar aquello que se encuentra más allá de sus apariencias.
Y aunque la intensa luz radiactiva de los paneles de la Bolsa, el brillo irritante de las pantallas del ordenador o el parpadeo luminoso de los móviles de última generación nos hayan cegado parcialmente, puede que aún nos quede en las retinas sensibilidad suficiente como para poder observar unas imágenes que, reforzadas por la tinta negra del rotulador, provoquen en nuestras mentes las respuestas necesarias para liberarnos de ellas y exponer a través de la palabra y la acción lo que pensamos y sentimos.
Es evidente que todos hemos participado de alguna manera en la creación del monstruo económico que nos devora, pues ningún ídolo es capaz de subsistir sin la ayuda de cuantos lo adoran, y así, habiéndolo utilizado para poner remedio a nuestras deficiencias y que nos proporcionase valores que no tenemos, le dimos una vida y una realidad de la que carecía.
Pero nada nos impide tampoco restaurar la cordura que perdimos y, haciéndonos a un lado, dejar que el caos se despeñe en los abismos de los que procede y a los que con tanto empeño pretendía llevarnos.
La sátira es aquel niño que señaló un día que el rey iba desnudo y que, cuando se hizo mayor, comprendió que ni siquiera había rey.»
Libro soberbio e imprescindible para quitarse la venda de delante de los ojos.
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