Cosas varias que encuentro por ahí...

jueves, 5 de enero de 2012

"Las enseñanzas de Mr. Natural. Iluminaciones" de Robert Crumb

Muy gracioso. Historietas locas con el personaje de Mr. Natural, una especie de gurú en la américa hippy, y con personajes entre angustiados y burgueses (ellos), y completamente enloquecidos (ellas). Fabuloso el personaje de Diablesa.

lunes, 2 de enero de 2012

Don Juan, de Gonzalo Torrente Ballester

 Entre la primera y la segunda vez que leí esta novela debieron pasar veinte o veinticinco años. Siempre me había dejado buen recuerdo, e incluso la escena de la tremenda desilusión de Don Juan al descubrir la soledad tras las promesas de unidad y fusión que el amor ofrecía se había grabado en mi mente.

Compré el libro para regalárselo a un amigo, pero me asaltó la duda de si el libro era realmente tan bueno como lo recordaba. Por eso lo releí, y descubrí que el libro era bastante malo, con preocupaciones argumentales inexplicables ahora, con cuarenta años de libertad sexual, y en donde afortunadamente, no se sacraliza el irse a la cama ni se le disfraza de grandes razones.

Aunque Torrente reinterpreta el mito de Don Juan, no terminé de entrar en el libro. Leí un poco por leer y por el prurito de volver a terminarlo. Eso sí, la escena de la soledad de Don Juan me volvió a parecer magnífica.

En París, un escritor encuentra a un personaje que asegura ser el escudero de Don Juan. A través del interés que el escritor tiene por una mujer que ha sido objeto de las atenciones de Don Juan, el escudero (Leporello) consigue que el escritor sea espejo del efecto religioso que Don Juan ofrece en las mujeres.

Viñetas para una crisis, de El Roto.


«Todo libro es en cierto modo un exorcismo, una manera de soltar lastre, un intento de dejar atrás una pegajosa fantasía o una insistente pesadilla.

De todos modos, sería ingenuo por nuestra parte pensar que somos capaces de tomar la distancia suficiente de nosotros mismos como para poder conocer la fuente última de la que emergen esos fantasmas que tanto nos atraen o que quizás nos aterran, pero siempre resulta factible aproximarnos a ellos con papel y tinta, de modo que podamos observarlos con más detenimiento, analizar su supuesta sustancia y encontrar los ángulos ciegos y accesos secretos desde los que contemplar aquello que se encuentra más allá de sus apariencias.

Y aunque la intensa luz radiactiva de los paneles de la Bolsa, el brillo irritante de las pantallas del ordenador o el parpadeo luminoso de los móviles de última generación nos hayan cegado parcialmente, puede que aún nos quede en las retinas sensibilidad suficiente como para poder observar unas imágenes que, reforzadas por la tinta negra del rotulador, provoquen en nuestras mentes las respuestas necesarias para liberarnos de ellas y exponer a través de la palabra y la acción lo que pensamos y sentimos.

Es evidente que todos hemos participado de alguna manera en la creación del monstruo económico que nos devora, pues ningún ídolo es capaz de subsistir sin la ayuda de cuantos lo adoran, y así, habiéndolo utilizado para poner remedio a nuestras deficiencias y que nos proporcionase valores que no tenemos, le dimos una vida y una realidad de la que carecía.

Pero nada nos impide tampoco restaurar la cordura que perdimos y, haciéndonos a un lado, dejar que el caos se despeñe en los abismos de los que procede y a los que con tanto empeño pretendía llevarnos.

La sátira es aquel niño que señaló un día que el rey iba desnudo y que, cuando se hizo mayor, comprendió que ni siquiera había rey.» 

Libro soberbio e imprescindible para quitarse la venda de delante de los ojos.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Diarios secretos de sexo y libertad, de Rafael Fernández.

    En un verano de hace unos cuantos años, descubrí a este fulano que quería ser escritor. Empecé a leer su diario y no pude dejar de hacerlo hasta que lo terminé todo. Podía ver que estaba mal escrito, que era zafio y que cometía faltas de ortografía sin cuento. Pero lo cierto es que escribía bien. Tenía ritmo. Las historias eran apasionantes. Y de vez en cuando tenía un cierre poético de sus entradas que apuntaban muy alto.

    Cuando se autopublicó, compré su libro y lo he vuelto a leer durante las dos últimas semanas. Y otra vez me pasó lo mismo. Rafael cuenta desde sus días trabajando como dependiente en el Corte Inglés, hasta como escapa de ahí y marcha a trabajar de camarero de discoteca donde se tira a una cantidad infinita de turistas y turistas. Alguna vez se enamora,  otras se comporta como un auténtico capullo, y otras le pasan por encima. Pero siempre encuentra la fuerza para seguir escribiendo y extraer el poco humor y la poca poesía que le ofrece la vida. Me ha gustado bastante, pero tengo que admitir que esta lectura es un placer inconfesable...

jueves, 22 de diciembre de 2011

Raise High the Roof Beam, Carpenters, and Seymour, an Introduction de J. D. Salinger.

Este fue uno de los primeros libros que compré en Maryland, dado que era baratísimo (¿unos tres dólares? qué tiempos). Leí el primer relato del título, pero después me quedé enfangado en el segundo.En esta ocasión terminé ambos, y me alegro de haberlo hecho, ya que hacia el final contiene partes tan maravillosas como la que sigue:

"One late afternoon, at that faintly soupy quarter of an hour in New York when the street lights have just been turned on and the parking lights of cars are just getting turned on--some on, some still off--I was playing curb marbles with a boy named Ira Yankauer, on the farther side of the stide street just opposite the canvas canopy of our appartment house. I was eight. I was using Seymour's technique, or trying to--his side flick, his way of widely curving his marble at the other guy's--and I was losing steadily. Steadily but painlessly. For it was the time of day when New York City boys are much like Tiffin, Ohio, boys who hear a distant train whistle just as the last how is being driven into the barn. At that magic quarter hour, if you lose marbles, you lose just marbles. Ira, too, I think, was properly time-suspended, and if so, all he could have been winning was marbles. Out of this quietness, and entirely in key with it, Seymour called to me. It came as a pleasant shock that there was a third person in the universe, and to this feeling was added the justness of its being Saymour. I turned around, totally, and I suspect Ira must have, too. The bulby bright lights had just gone on under the canopy of our house. Seymour was standing on the curb edge before it, facing us, balanced on his arches, his hands in the slash pockets of his sheep-lined coat. With the canopy lights behind him, his face was shadowed, dimmed out. He was ten. From the way he was balanced on the curb edge, from the position of his hands, from--well, the quantity x itself, I knew as well then as I know now that he was immenslely conscious himself of th magic hour of the day. ``Could you try not aiming so much?'' he asked me, still standing there. ``If you hit him when you aim, it'll just be luck.'' He was speaking, communicating, and yet not breaking the spell. I then broke it. Quite deliberately. ``How can it be luck if I aim?'' I said back to him, not loud (despite the italics) but with rather more irritation in my voice than I was actually feeling. He didn't say anything for a moment but simply stood balanced on the curb, looking at me, I knew imperfectly, with love. ``Because it will be,'' he said. ``You'll be glad if you hit his marble--Ira's marble--won't you? Won't you be glad? And if you're gladwhen you hit somebody's marble, then you sort of secretly didn't expect too much to do it. So there'd have to be some luck in it, there'd have to be slightly quite a lot of accident in it.'' He stepped down off the curb, his hands still in the slash pockets of his coat, and came over to us. But a thinking Seymour didn't cross a twilit street quickly, or surely didn't seem to. In that light he came toward us much like a sailboat. Pride, on the other hand, is one of the fastest-moving things in this world, and before he got within five feet of us, I said hurriedly to Ira, ``It's getting dark anyway,'' effectively breaking up the game."


Esto es genio y talento y lo demás tonterías.

El laberinto de las aceitunas, de Eduardo Mendoza

    Llevaba veinte años sin releer este libro. La primera vez que lo hice me gustó bastante; en ésta (y gracias al prólogo del autor) me dí cuenta del tremendo socavón argumental que hay a mitad de la novela y que Mendoza termina saltando como buenamente puede para poder terminarla. Una vez más, no estaba mal, aunque no es una obra maestra. Sigo prefiriendo al misterio de la cripta embrujada.

El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Eduardo Mendoza

    Una novela detectivesca al estilo del misterio de la cripta embrujada, pero ambientada en la Palestina romana, cuando Jesús andaba por ahí. Es ligera y se lee bien, pero no pasa de ser una novela de entretenimiento, sin demasiadas pretensiones.